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COMENTARIO | La encrucijada de Venezuela: Maduro tiene muchas razones para seguir en el poder, ninguna para dejarlo
Cuando el chavismo cumple 25 años en el poder, cuesta imaginar cuál o cuáles serían los motivos del presidente Nicolás Maduro y su entorno para dejar de gobernar Venezuela si llega a ser derrotado en un proceso electoral en el que se han levantado todas las barreras de entrada posibles a la oposición, incluida la inhabilitación de la candidata original María Corina Machado, el bloqueo de los medios de comunicación y las detenciones arbitrarias.
Aunque las calles y las encuestas parecen augurar un triunfo de Edmundo González el próximo domingo, no debe olvidarse que durante este cuarto de siglo se ha implementado un guion conocido cada vez que se acercan los comicios: campaña manipulada; grandes expectativas de cambio; resultado esperado; protestas masivas; fuerte represión; éxodo del país, y consolidación del régimen por un nuevo período.
Entonces, por qué cabría esperar ahora un súbito despertar democrático de Maduro y dar paso así a una transición política de destino incierto para él; en especial, cuando el entorno internacional, desde donde podría venir la presión para aceptar un resultado adverso, parece favorecerlo más que nunca.
En medio de las tribulaciones de su propia campaña, difícilmente el gobierno estadounidense tenga la voluntad para involucrarse en una crisis o ejercer más presión sobre Venezuela de la que ya ha ensayado sin éxito. Con Gustavo Petro, en Colombia, y Lula da Silva, en Brasil, probablemente nunca los flancos del país han estado más seguros para la llamada Revolución Bolivariana. La Unión Europea fue marginada de antemano del proceso de verificación electoral. Y quedan China, Rusia e Irán, quienes han sido grandes facilitadores de la continuidad del régimen tras la muerte de Hugo Chávez y la debacle económica que le siguió. Incluso el precio del petróleo se ha estabilizado sobre US$ 80 el barril, para alegría de los ocupantes del Palacio de Miraflores.
Si la elección arrojara una derrota, Maduro y las otras facciones gobernantes todavía contarán con muchas herramientas para detener la entrega del poder o dificultarla al máximo. Porque, a diferencia de las transiciones en América del Sur y Europa del Este, donde las máximas autoridades tenían a su haber graves violaciones a los derechos humanos, en este caso se presentan, además, conductas delictuales que difícilmente serían objeto de la lógica política de una amnistía.
Desde 2020, el Departamento de Justicia de Estados Unidos ofrece US$ 15 millones por la captura del mandatario y US$ 10 millones por el resto de la cúpula chavista, incluidos el eterno ministro de Defensa, Vladimiro Padrino, y el “agitador en funciones”, Diosdado Cabello. A los líderes bolivarianos de Maduro se les acusa de “haber participado en una asociación criminal que involucra a una organización terrorista extremadamente violenta, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en un esfuerzo por inundar Estados Unidos de cocaína”.
Si la acusación directa a un jefe de Estado en ejercicio es algo muy inusual en política internacional —esto ocurrió durante la pasada administración de Donald Trump—, ser sindicado por cargos ligados más al crimen organizado que a la guerra o represión interna es aún más extraño.
Enfrentar ese panorama judicial fuera del poder es casi imposible. Tan solo en junio pasado, el expresidente de Honduras Juan Orlando Hernández fue condenado a 45 años de cárcel por un tribunal de Nueva York por varios delitos relacionados con el narcotráfico y el uso de armas, tras ser extraditado. Es decir, ejemplos no faltan y Maduro tiene tanto de Fidel Castro como de Manuel Antonio Noriega, los dictadores cubano y panameño, respectivamente.
Por tanto, los escenarios que se abren en Venezuela tras las elecciones del domingo son mucho más complejos que uno de triunfo y derrota. De hecho, el actual mandatario advirtió sobre un posible baño de sangre o una guerra civil si resulta perdedor de la contienda ante González. En esta línea, las fuerzas militares —totalmente politizadas y piedra angular del régimen durante un cuarto de siglo—, sin duda, tienen la última palabra.
Con tal de permanecer en el Palacio de Miraflores, Maduro podría alegar un nuevo complot para perjudicarlo, que esta vez supuso robarle el triunfo, lo cual sería bastante inverosímil, dado que el oficialismo controla el poder electoral. También existe la posibilidad de detonar una crisis bélica con la vecina Guyana —de la cual Venezuela demanda dos tercios del territorio—, lo cual llevaría a crear algún tipo de situación excepcional que amerite su estadía en el cargo. Esta última situación a modo de “fuga hacia adelante”, tipo dictadura argentina en 1982.
Ahora bien, si el presidente decide no ganar a toda costa, el candidato González recibiría una nación arruinada, corrompida profundamente, expulsora de población, plagada de grupos irregulares (milicias, «colectivos» y guerrillas binacionales) y alineada con regímenes autoritarios. Asimismo, asumiría el poder con el respaldo de una coalición demasiado variopinta de partidos y fuerzas, las que solo tienen en común su deseo de poner fin al chavismo, pero que difieren sobre el proyecto económico que necesita el país para recuperarse. Estatistas y partidarios del libre mercado conviven bajo una misma bandera, por ahora.
En Transiciones democráticas: Enseñanzas de líderes políticos (2016), Sergio Bitar y Abraham Lowenthal reunieron una serie de lecciones útiles para avanzar con éxito desde una dictadura hacia una democracia, como son: conciliar las demandas de justicia con condiciones de gobernabilidad; separar a los militares de las policías; impulsar cambios incrementales en la medida de lo posible; siempre apostar por el diálogo; aglomerar a las fuerzas democráticas; no confundir la transición a la democracia con las reformas económicas, y recabar todos los apoyos internacionales.
Es una tarea titánica para cualquier líder político; en especial, tras 25 años de un mismo régimen, es decir, toda una generación. Por lo demás, siempre existirán sectores que van a sabotear la eventual transición con tal de que no se toquen sus fuentes de poder; especialmente, los cleptócratas bolivarianos.
La historia muestra que en la cuenca del Caribe los autoritarismos han sido muy refractarios a la hora de aceptar presiones para llegar a su fin. Por lo mismo, existe hoy un régimen cubano que se extiende por seis décadas. Los que han caído lo han hecho por la fuerza de revoluciones internas, invasiones externas o golpes de Estado. Si bien la partida de Maduro como posibilidad existe, esta parece lejana, cuando no se aprecia ningún incentivo claro para aceptar una eventual derrota, dejar el poder tranquilamente y gozar de una jubilación dorada en un tercer país sin tratado de extradición con Estados Unidos (Cuba y Rusia no parecen muy atractivas hoy).
Con todo, esta vez sí valdría la pena estar equivocado. El retorno de la democracia a Venezuela no solo sería bueno para el país, sino para una región entera que sufre de los efectos secundarios de un país colapsado, como olas migratorias incontroladas, flujos de pandillas, presencia de potencias extracontinentales y el apoyo a fuerzas políticas con agendas radicales.
Juan Pablo Toro, director ejecutivo de AthenaLab
22 de julio de 2024
Fotos: France Presse
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