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ANÁLISIS | De la mano de EE.UU., la diplomacia de las cañoneras vuelve sobre Venezuela
Tanto la economía ilegal como la economía legal de Venezuela transitan por agua salada; el despliegue naval de Estados Unidos buscar afectar la primera.

Por si aún había alguna duda sobre la determinación del presidente Donald Trump de enfrentar con todo el poder estadounidense a los principales cárteles de la droga —a los que catalogó como organizaciones terroristas globales—, el anuncio del envío de tres destructores frente a las costas de Venezuela bastó para intimidar lo suficiente a Nicolás Maduro, quien en respuesta ordenó la movilización de militares, milicianos y otras fuerzas leales a su régimen.
Es realmente increíble el efecto que pueden tener sobre todo un país solo 27.000 toneladas de acero en su conjunto, cuando portan el sistema de radar Aegis y misiles de ataque a tierra Tomahawk, antiaéreos SM-2, antibuque Harpoon, más grupos de asalto embarcados. Ni siquiera parece existir espacio para un debate sobre si los destructores Arleigh Burke son, o no, la plataforma más indicada para detectar, perseguir, capturar o destruir naves de narcotraficantes. Se supondría que los patrulleros de la Guardia Costera de EE.UU. y hasta los irregulares buques de combate litoral están mejor aspectados para cumplir misiones que tienen que ver más con imponer la ley que ganar la guerra en el mar. Tomando una idea prestada de Marshall McLuhan, el medio también parece ser el mensaje en este caso. El tipo de nave militar refleja cómo es percibida la amenaza.
Por otra parte, el empleo del mar para el régimen de Maduro es fundamental. La reexportación de droga producida en la vecina Colombia requiere de rutas marítimas despejadas y también el petróleo que transportan los tanqueros hacia clientes asiáticos. Así que tanto la economía ilegal como la economía legal de Venezuela transitan por agua salada. A pesar de esto, y a diferencia del Ejército y la Fuerza Aérea, la Armada bolivariana es, de las tres ramas, la que menos se potenció cuando se hicieron las grandes compras de material ruso y de otros países. Actualmente, la marina dotó de misiles antibuque chinos CM-90 a sus patrulleros oceánicos (embarcaciones no preparadas para recibir castigo) e incorporó seis lanchas misileras rápidas iraníes Peykaap III, las mismas que emplea la guardia revolucionaria de ese país para hostigar a cargueros en el Golfo Pérsico. Una muestra de que la orientación hacia la defensa costera sigue intacta en esta armada sudamericana.
Durante su primer gobierno, Trump lanzó en 2020 una operación antidroga similar que incluyó la participación de destructores Arleigh Burke, los cuales llegaron a situarse a 16 millas de la costa venezolana, teniendo en cuenta que el espacio soberano llega a las 12 millas náuticas. La diferencia respecto con aquel entonces, no solo sería el despliegue simultáneo de tres los buques de combate (“USS Gravely”, el “USS Jason Dunham” y el “USS Sampson”) y, al parecer también un submarino, sino además que la cabeza de Maduro hoy vale el doble (la recompensa se elevó a US$50 millones) y, lo más importante, que se lo considera el cabecilla del llamado Cartel de los Soles (militares en contubernio con traficantes de drogas). A lo que se agrega una derivada no menor: Dos potenciales auspiciadores de Venezuela, como son Rusia e Irán, se encuentran debilitados en su capacidad de proyectar poder fuera de sus regiones inmediatas. Moscú está empantanado en su guerra contra Ucrania, ante lo cual ha tenido que dejar a su caer a socios en el Cáucaso (Armenia) y Medio Oriente (Siria). A su vez, Teherán se concentra en reconstituir su aparato militar tras los ataques israelíes.
Si tomamos como antecedente la operación en 2020, su resultado fue mayores incautaciones de droga producto de las interdicciones marítimas constantes, pero el régimen bolivariano no sufrió nada parecido a un ataque directo. Si bien algunos han querido recordar que al dictador Manuel Antonio Noriega se lo derrocó en 1989 mediante una invasión por sus vínculos con el narcotráfico, entonces muchas de las tropas estadounidenses que participaron en la “Operación Causa Justa” estaban basadas en el mismo Panamá, un país bastante más pequeño que Venezuela. Sin duda, los planes que cargan los comandantes de los destructores son una incógnita, pero probablemente sus acciones vayan más orientadas a asfixiar la economía ilegal de Venezuela, como modo de debilitar a su gobierno criminalizado y con ello su capacidad de hacer daño.
La llamada “diplomacia de las cañoneras” (gunboat diplomacy en inglés) no es para nada nueva y no es otra cosa que la búsqueda de objetivos de política exterior con la ayuda de exhibiciones visibles de poder naval. Justamente, un ejemplo clásico ocurrió en torno a Venezuela en 1902-1903, cuando buques de Alemania, Francia, Italia y Reino Unido bloquearon el país sudamericano para exigir el pago de deudas y compensaciones por daños sufrido por sus nacionales en medio de guerras civiles. Entonces, la intervención de Estados Unidos ante los europeos fue clave para buscar una salida negociada al impasse y evitar el ataque.
En tal sentido, la “diplomacia de las cañoneras” parecer estar de vuelta en el Caribe, uno de los lugares donde tuvo algunas de sus mayores expresiones. Sin quererlo Trump parece haber invocado a Theodore Roosevelt (1901-1909), otro presidente que no se caracterizaba por la tibieza para imponer sus criterios. Si Maduro exhibe tal nerviosismo es porque tiene algo por lo cual temer . Algunas fuentes estadounidenses de inteligencia estiman hasta en 500 las toneladas de cocaína que salen por Venezuela hacia el mundo. Con los destructores en posición eso será mucho más difícil y quedará registrada también la evidencia de que ese volumen de carga ilegal solo es posible moverlo por el mar si alguien tiene la intención directa de permitirlo.
Juan Pablo Toro, director ejecutivo AthenaLab
Montevideo, 20 de agosto de 2025
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Director ejecutivo AthenaLab
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