La reciente visita de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, a Taiwán, a pesar de las advertencias emitidas por las máximas autoridades de la República Popular China, ha generado una preocupación mundial por una posible escalada militar de consecuencias desastrosas para la humanidad.
Mucho se ha escrito en estos días acerca de la inconveniencia y riesgos innecesarios que esta visita produjo, en especial por la oportunidad, ya que EE.UU. está liderando la acción de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra la invasión rusa a Ucrania y el mundo se encuentra en una conjunción de crisis económica, alimentaria, climática y política. La visita habría dado a China la posibilidad de pasar a la ofensiva diplomática y reafirmar sus intereses demostrando que tiene la capacidad militar necesaria para defenderlos.
Otros analistas estiman que para Washington es bueno mostrar firmeza y compromiso con Taiwán, conteniendo las aspiraciones de China de reunificación, en especial cuando los actuales gobernantes de Taiwán son contrarios a esa reunificación, sentimiento agudizado por el ejemplo de Hong Kong. Sin embargo, muchos coinciden en que la política exterior de la administración del presidente Joe Biden en este caso se ha mostrado descoordinada, débil y ambigua.
Al respecto, sin ahondar en esta visita y sus repercusiones inmediatas, es conveniente obtener una mirada más general para intentar comprender qué es lo que está sucediendo en la relación entre las grandes potencias mundiales China y Estados Unidos y cómo la situación de Taiwán se inserta en este panorama.
La “trampa” de Tucídides o la inevitabilidad de la Guerra
Del estudio histórico del fenómeno de la guerra, se pueden extraer tres motivaciones base: necesidad, temor y revancha (greed, fear and grievances en la literatura en inglés) [1]. La necesidad en el sentido del deseo de obtener una ganancia o un bien percibido como necesario y que debe ser asegurado (en una situación de suma cero); el temor, relacionado con inseguridad e incertidumbre respecto a una percepción de amenaza; y finalmente, la revancha (defender el honor) en el sentido de la obligación de responder ante una injusticia, maltrato político, económico o persecución política, religiosa o étnica.
Las deficiencias en la arquitectura para restringir la violencia como método de resolución de conflictos pueden crear las condiciones para que estas motivaciones conduzcan a una guerra.
En su obra “La guerra del Peloponeso”, el escritor griego Tucídides concluye que la causa basal de esas guerras, y la que menos se explicita, fue el temor en Esparta producido por el ascenso de Atenas como una potencia.
Con ese argumento central, el profesor Graham Allison de la Universidad de Harvard analizó 500 años de historia en que existieron 16 situaciones de conflictos por potencias emergentes, 12 de los cuales culminaron en guerras. Considerando el actual conflicto entre Estados Unidos y China como la potencia emergente, concluye que este se encamina hacia una guerra. Su análisis y conclusiones fueron escritos en un libro titulado: “Destined for War: Can America and China escape Thucydides Trap?”[2].
El concepto de “trampa” como traducción desde el inglés puede llevar a confusión, y no debe entenderse en la acepción de un engaño, sino como una situación en que ambas partes se ven atrapadas y la guerra pasa a ser inevitable.
Este libro, desde su lanzamiento en el año 2017 ha sido muy influyente en Estados Unidos, y sigue siendo citado en ensayos y en academias y universidades.
Aunque esto puede considerarse como negativo, por el peligro de motivar una profecía autocumplida, lo importante es el llamado de atención respecto a la necesidad de evitar que el conflicto no bien manejado derive en una guerra catastrófica para la humanidad. Es así como lo inevitable no debe ser tal, sino que debe transformarse en la probabilidad de que ocurra, a menos que un adecuado liderazgo modifique un curso “natural” de la historia.
Esta idea fue expresado en un trabajo más reciente por parte del exprimer ministro de Australia, Kevin Rudd, en un libro titulado: “The Avoidable War: The dangers of a catastrophic conclict between the US and Xi Jingping’s China”[3].
Rudd reconoce que para la comunidad estratégica de Estados Unidos la confrontación con China es inevitable, al menos mientras se mantenga el liderazgo de Xi Jinping, y que la duda es sólo el cuándo y bajo que circunstancias se produce. También esa percepción estaría en el actual liderazgo chino.
Ante esta situación, aboga por lo que él denomina “administración de la competencia estratégica”, en que las dos superpotencias encuentren una forma de coexistir, sin abandonar sus intereses vitales. Más aún estima una obligación moral y práctica para los amigos de ambos países el ayudar a preservar la paz y prosperidad lograda en los últimos 75 años.
Para el manejo de esta competencia estratégica es conveniente entender las motivaciones (necesidad, temor, revancha) y usar o rediseñar la infraestructura que modere, contenga y canalice las motivaciones hacia una coexistencia pacífica.
Los 5 verbos: desconfianza hacia EE. UU.
Analistas especializados nos indican que existe un consenso entre los líderes de la República Popular China (RPC), con bases realistas, de que Estados Unidos nunca, en forma voluntaria, le concederán a China su estatus de potencia regional y global, y que hará todo lo que sea necesario en su poder para mantenerse como la potencia preeminente.
En ese sentido, la visión sobre la gran estrategia de EE.UU. respecto a su país se describe en cinco verbos (the five to’s): aislar, contener, degradar, dividir internamente y sabotear el liderazgo de China[4].
Bajo esa conclusión, para la RPC, el efecto en las relaciones con Estados Unidos se resume en que el principal tema bilateral en el largo plazo será la “contención y contra-contención”[5].
Los diez círculos: Gran estrategia
En forma análoga al análisis que se pueda hacer de la Rusia actual, en que debe considerar la personalidad de su líder Vladimir Putin, la situación de China no debe disociarse del liderazgo de Xi Jinping.
El actual presidente ha acelerado e intensificado antiguos planes del Partido Comunista Chino, con un sentido de fuerte nacionalismo, y con una gran estrategia basada en una mirada que Kevin Rudd define como de 10 círculos concéntricos, los que se van construyendo unos sobre otros:[6]
- La centralidad de Xi y el Partido, con perseverancia en la búsqueda de mantenerse en el poder como primera prioridad. Esto se refleja en el cambio constitucional que permite la reelección después del segundo período y la eliminación de la oposición interna que amenace su próxima reelección a fines del presente año. Esto también explica la actitud dura ante lo que considera provocaciones de Estados Unidos, apareciendo ante el partido como el líder capaz de defender los intereses superiores de China.
- Mantener y asegurar la unidad nacional y la integridad territorial. Esto se traduce no solo en mantener el control sobre el Tibet, Xinjiang, Mongolia y Hong Kong, sino que también y en forma fundamental, lograr el retorno de Taiwán, completando la única tarea pendiente desde la revolución de Mao en 1949.
- Mantener crecimiento económico para lograr prosperidad para el pueblo, asumido como responsabilidad del partido en su “contrato social” no oficial, pero también como instrumento de poder nacional. Esto es entendido claramente, en el sentido de que no basta con el poder militar. Xi busca construir este poder disminuyendo la dependencia de China del sistema económico-financiero global, dominado por el dólar como moneda de referencia, y de la tecnología e industria internacional.
- Sustentabilidad ambiental, enfrentando los desafíos de la contaminación del aire, suelo y agua, así como la seguridad alimentaria. Se reconoce que el rápido crecimiento económico ha significado también alta devastación ambiental, que produce una crisis climática global y que a la larga amenaza el desarrollo futuro de China, su imagen internacional y en definitiva su seguridad nacional.
- Modernización militar con capacidad tecnológica, que permita no solo la seguridad sino la capacidad de proyectar poder a través de la región y del mundo. Xi ha combatido la corrupción militar y la falta de capacidades para ganar una guerra. Ha transformado el liderazgo y estructura institucional del Ejército Popular de Liberación (EPL) desde una gran fuerza terrestre ocupada en la seguridad interna y defensa de las fronteras de China continental, hacia una fuerza de combate avanzada tecnológicamente, capaz de enfrentarse a cualquier rival y proyectar fuerzas más allá de los límites de China. Los ejercicios militares con munición real, en toda el área oceánica que rodea Taiwán, son una demostración de esta transformación de su fuerza militar, lo que ha sido facilitado utilizando como excusa una represalia por la visita de la representante Pelosi.
- Manejar la relación con los 14 Estados vecinos, desde donde históricamente la seguridad nacional ha sido amenazada con sucesivas invasiones. En ese sentido hay un cambio desde la posición tradicional defensiva de la seguridad hacia una aproximación que asegure relaciones positivas utilizando diplomacia política y económica con todos ellos.
- Asegurar la periferia marítima en Asia Oriental y Pacífico Occidental, una región percibida por China como altamente hostil. Esta región incluye un anillo de aliados de Estados Unidos contra China (corroborando la estrategia de contención de los five to’s), que va desde Corea del Sur, Japón, Taiwán y Filipinas hasta Australia. Este será un punto de fricción permanente con Estados Unidos. China busca fracturar las alianzas y, con la reducción de su ejército de tierra y la expansión de fuerzas aéreas, navales, misiles y otras busca disuadir a Washington respecto a la probabilidad de éxito de una intervención militar en contra de China en esa región, incluyendo una eventual defensa de Taiwán. Con ello busca asegurar las reclamaciones o aspiraciones territoriales de China en el mar del Sur de China, mar del Este de China y Taiwán, sin disparar un solo tiro, desplazando a Estados Unidos como la potencia militar dominante en el Asia Pacífico.
- Asegurar la periferia continental occidental de China, buscando establecer una profundidad estratégica y económica a través de Eurasia hasta Europa Oriental, el Medio Oriente y África. Eje central de esta estrategia es la Iniciativa de la Franja y la Ruta a través y circundando Eurasia, apoyando el desarrollo y la influencia económica de China, asociado a la diplomacia política y militar. Con sus vecinos terrestres se busca generar un ambiente benigno, menos susceptible a la influencia de Estados Unidos como lo es el flanco marítimo oriental.
- Aumentar el poder de influencia de China en el mundo en desarrollo más allá de la región. Desde la época de la Guerra Fría, con el Movimiento de Países No-Alineados, este poder ha aumentado principalmente a través de la dependencia del comercio y las inversiones en países de África, Asia y Latinoamérica. Esto tiene ventajas económicas y asegura la provisión o acceso a recursos naturales vitales para sostener su crecimiento económico, pero también genera una cantidad importante de apoyo político hacia China en el ámbito de las Naciones Unidas u otras organizaciones internacionales.
- Rediseñar el orden mundial basado en reglas (rules based international order), bajo la premisa de que esta arquitectura liberal fue impuesta por las potencias triunfantes en la Segunda Guerra Mundial, lideradas por los Estados Unidos, quien ha dominado las instituciones clave desde entonces, sin participación ni la debida consideración a los intereses de China. En ese sentido China ha actuado proactivamente en tres vías: obtener apoyo de países en desarrollo para cambiar normas actuales, instalar personal de China o de países amigos en puestos de liderazgo dentro de instituciones internacionales y también crear instituciones propias, fuera del marco de las Naciones Unidas o del sistema financiero creado en Bretton Woods al término de la Segunda Guerra Mundial.
El nuevo orden mundial al que China aspira no ha sido definido, pero claramente debe ser coherente con sus intereses políticos, ideológicos y económicos, por lo que los diez círculos explicados por Rudd aparecen como una muy buena referencia.
Asimismo, es importante visualizar cómo ha evolucionado la diplomacia china y la denominada “paciencia estratégica” para ir logrando sus objetivos con una mirada de largo plazo.
Diplomacia China: desde el “hide and bide” al “game on”
La diplomacia de la actual República Popular China fue creada en 1949 por su primer ministro de Relaciones Exteriores, Zhou Enlai quien, parafraseando a Clausewitz definió la diplomacia como “la continuación de la guerra por otros medios”. En el mismo sentido definió a los diplomáticos como el “ejército de civil”.
Después en 1978, Deng Xiaoping asumió como líder tras la muerte de Mao Zedong y comenzó la transformación de China, abandonando las trabas del ideologismo anterior para hacer reformas y apertura del país al mundo.
Las orientaciones a la diplomacia china en ese entonces y que duró muchos años se conocen como “hide and bide”, parafraseando un proverbio chino.
Ello significaba mantener un bajo perfil, no asumir posiciones de liderazgo, priorizando el esfuerzo en aumentar su poder económico y tecnológico, evitando involucrarse en conflictos a menos que los intereses vitales de China estuviesen en juego (como el caso de la soberanía sobre Taiwán por ejemplo).
El objetivo era asegurar un escenario externo permisivo y positivo en donde pudiese trabajar para su principal meta interna: crecimiento económico y estabilidad[7].
Con el ascenso de Xi en 2013 y la nueva estatura política, estratégica y económica de China, esta forma de relacionarse ha cambiado, transformándose en el componente fundamental de la rivalidad entre las dos potencias, lo que se espera se intensifique en el futuro.
El cambio ha sido denominado en Estados Unidos como “game on” y se expresa en que China habla con Washington de igual a igual, no aceptando su autoimpuesta postura de ser el representante del mundo, ni tampoco el guardián de un orden mundial, que también se cuestiona, tal como se explica en el análisis de los 10 círculos de la gran estrategia.
El relato chino es que las intervenciones militares de Estados Unidos han sido la principal causa de guerras, caos, turbulencias y numerosas tragedias en las últimas dos décadas, mientras que China nunca ha amenazado con el uso de la fuerza contra otros países, nunca ha establecido alianzas militares y nunca exporta ideología. Al contrario, Beijing está comprometido con un desarrollo común, cooperativo, abierto y pacífico.[8]
En las reacciones y declaraciones de las más altas autoridades chinas, como reacción ante la visita de Nancy Pelosi a Taiwán, se aprecia claramente esta nueva diplomacia china más agresiva y confrontacional hacia Estados Unidos.[9]
Paciencia estratégica China
En las últimas décadas, China ha demostrado una “paciencia estratégica” para ir consiguiendo objetivos con acciones que no justifican una oposición armada por Estados Unidos u otras potencias (teóricos de la estrategia denominarían esto como la táctica del salame o también guerra híbrida).
Es así como en forma sostenida ha ido construyendo y militarizando siete islas en el Mar del Sur de la China, con mínima o nula resistencia, además de negar lo que estaba haciendo.
De la misma manera, ha cambiado el statu quo de las islas Senkaku, disputadas con Japón y conocidas en China como islas Diaoyu, escalando desde una presencia marítima ocasional en aguas japonesas a una presencia permanente, suplementando sus fuerzas navales con unidades menos confrontacionales, tales como naves de guardacostas, milicia marítima y naves pesqueras.
En forma similar, en el área terrestre de Ladakh, disputada con India, tropas chinas avanzaron gradualmente sus posiciones y establecieron una serie de nuevas líneas de control, con sólo una escaramuza con disparos que fue rápidamente contenida.
A lo anterior se suma inversiones en proyectos portuarios a través del océano Indico y más lejos, presumiblemente destinadas a basar operaciones navales en el futuro, lo que causa alarma, pero no una reacción.
En el caso de Taiwán, China ha establecido una línea roja por ahora y que se refiere a la no aceptación de una declaración de independencia, lo que Estados Unidos ha aceptado explícitamente, esperando mejores condiciones para lograr la reunificación a futuro.
En una apuesta de largo plazo es posible que aumente la disuasión respecto a un apoyo militar de Estados Unidos a la vez que presiones económicas permitan ir cambiando gradualmente el statu quo de Taiwán dentro del concepto ambiguo de “una sola China”.
Sin embargo, aquí es importante constatar que esta exitosa paciencia estratégica requiere una visión de Estado despersonalizada y no condicionada por el tiempo en el corto plazo. En las democracias occidentales, en particular en Estados Unidos, la historia enseña que la política interna y las continuas elecciones (presidenciales, primarias, gobernadores, etc.) influyen en las decisiones de política exterior.
En el caso de China esto podría no ser así. Sin embargo, tal como lo describe el primer círculo de la Gran Estrategia de la China de Xi Jinping, la primera prioridad es mantenerse en el poder. Si a esto se suma la próxima confirmación de un eventual tercer mandato a Xi por el partido y su promesa de reunificar China durante su mandato, se puede prever una tensión interna potente por acelerar el proceso.
Esta tensión y el aumento de probabilidad de incidentes escalatorios, que vayan más allá de las anteriores crisis en el Estrecho de Taiwán, es un escenario que conviene seguir monitoreando.
“No existe tal cosa llamada trampa de Tucidides”
Al respecto, completando esta primera parte más focalizada en la visión desde China, es interesante leer parte del discurso expresado por Xi Jinping en una cena de bienvenida en Seattle, Estados Unidos el 22 de septiembre del 2015:
«.. No existe tal cosa que algunos llaman la trampa de Tucídides en el mundo. Pero si las potencias repetidamente cometen el error de mal cálculo estratégico, pueden crear tales trampas para ellas mismas”.
Independiente de la calificación de una teoría histórica válida, de inevitabilidad o no de una guerra, es importante entender que la historia no está escrita, y que los líderes actuales y futuros podrán moldear el curso de la historia para el bien de la humanidad (o para su destrucción).
Cristián de la Maza
Research Fellow en AthenaLab
5 de agosto de 2022
[1] Malhotra, Deepak, notas técnicas para el curso “War and Peace: the lessons of history for leadership, strategy, negotiation, policy and humanity”, Harvard Business School, Cambridge, Estados Unidos, enero 2022.
[2] Allison, G. (2017). Destined for War: Can America and China escape Thucydides Trap? HarperCollins Publishers.
[3] Rudd, K. (2022). The Avoidable War: The dangers of a catastrophic conflict between the US and Xi Jinping’s China. New York: Hachette Book Group.
[4] Allison, ídem.
[5] Allison, G. y otros, The Great Diplomatic Rivalry: China vs the U.S., publicado como reporte en el Harvard Kennedy School Belfer Center, Agosto 2022, pp12.
[6] Rudd, K. ídem.
[7] Allison, G. y otros, “The Great Diplomatic Rivalry: China vs the U.S.”.
[8] ibid
[9] Es clarificador el diálogo entre China y Estados unidos realizado en Anchorage, Alaska, el 18 de marzo del 2021. En parte de su intervención, el representante chino Yang Jiechi expresó a la delegación norteamericana “… los Estados Unidos no tienen la calificación para decir que quiere hablar con China desde una posición de poder. Estados Unidos no tuvo tampoco esa calificación para decir tal cosa incluso hace 20 y 30 años atrás, porque esa no es la forma para tratar con el pueblo de China…”. Extractado y traducido desde el artículo: “How it happened: Transcript of the US-China opening remarks in Alaska”, Nikkei Asian Review, 19 de marzo 2021.
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