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COMENTARIO | G20: la hora de la geopolítica

16 de noviembre de 2022
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COMENTARIO | G20: la hora de la geopolítica

Con una declaración final que afirma que “la mayoría de los miembros condenan firmemente la guerra en Ucrania” y “reclaman la retirada total e incondicional de Rusia de territorio ucraniano”, culminó en Bali, Indonesia, la reunión anual del Grupo de las 20 economías más desarrolladas del mundo (G20), con la presencia de los máximos líderes de cada país, exceptuando el presidente Vladimir Putin, quien envió como representante a su ministro de Relaciones Exteriores, Serguéi Lavrov.

Esta reunión tenía una particular importancia este año, por las diferentes crisis con efecto global que afectan al mundo, más allá de la preocupante perspectiva derivada de la crisis económica. En efecto, al escenario económico se suman problemas tales como la guerra en Ucrania, amenaza nuclear, seguridad energética y alimentaria, emergencia climática y el conflicto China-EE.UU.

Por lo tanto, esta cumbre era una oportunidad para abordar en forma multilateral la geopolítica mundial, en particular la seguridad en Europa y Asia, con aspectos que están afectando las perspectivas de estabilidad y desarrollo global.

El G20 es un órgano con un número más acotado de miembros que las Naciones Unidas, y por lo tanto, con mayor agilidad y capacidad de influencia en los asuntos mundiales. Es también, una excelente oportunidad para reuniones bilaterales, siendo una de las más destacadas y esperadas, aquella efectuada entre los líderes de las dos superpotencias mundiales, EE.UU. y la República Popular China.

Distensión necesaria y oportuna

El 14 de noviembre se concretó la primera reunión entre el presidente estadounidense Joe Biden y el secretario general del Partido Comunista de China Xi Jinping, en un período reciente de máxima tensión y mínima comunicación entre las dos superpotencias.

A esta reunión ambos líderes llegaban más empoderados y con mayor capacidad de negociación, considerando la situación política interna de cada país.

Como ya se describió en un ensayo anterior[1], Xi Jinping emergió del último Congreso del Partido Comunista como líder formal por los próximos cinco años, con un Comité Central compuesto por personas leales a su persona y sin distinguirse siquiera un posible relevo para el próximo quinquenio.

En el caso del presidente Biden, la elección legislativa de mitad de mandato en Estados Unidos ocurrida la semana anterior, contrario a lo proyectado, significó un alivio para el Partido Demócrata y el mandatario, permitiéndole conservar iniciativa y libertad de acción en el manejo de las relaciones exteriores.

En efecto, en una elección que es tradicionalmente negativa para la nueva administración, y que más encima era antecedida por un escenario económico adverso, el oficialismo logró mantener el control del Senado y si bien se mantiene la predicción de pérdida de la mayoría de la Cámara de Representantes, las diferencias proyectadas, de acuerdo con los últimos resultados, indican que será solo por una leve diferencia favorable para los republicanos. Lo anterior, sumado a resultados favorables en los comicios de gobernadores y la derrota de muchos candidatos republicanos “endosados” por el expresidente Donald Trump, descartan la ocurrencia de la denominada “marea roja” de una victoria republicana.

De que modo que efectuar la reunión entre los líderes de China y EE.UU., cada uno con un mandato más claro, entrega una positiva señal de descongelamiento de las relaciones bilaterales, prácticamente cortadas tras la visita de la entonces líder de la Cámara de Representantes de EE.UU. a Taiwán, Nancy Pelosi, a Taiwán en agosto pasado [2].

Si bien existen algunos comunicados y trascendidos de una sesión que duró tres horas, no debía esperarse de esta cita un acuerdo elaborado y detallado, sino un primer y necesario paso para abordar juntos y con algún grado de cooperación las principales amenazas a la seguridad y a la economía mundial.

Ello no significa que no existan diferencias y problemas importantes entre ambos países, pero si otorgaba la oportunidad de encauzarlos por la vía de la negociación y comunicación, evitando una escalada sin control por riesgo de malinterpretación o sobre reacción. De hecho, el presidente Biden anunció una próxima visita del secretario de Estado, Antony Blinken, a China.

El tema Taiwán y la competencia estratégica por el liderazgo tecnológico en la nueva era digital, sin duda, subyacen como las principales áreas de conflicto, con China expandiéndose para ser la potencia dominante enfrentada a EE.UU., que está en una posición de contener ese crecimiento y mantener su liderazgo e influencia global.

Es importante que se hayan expresado posiciones, y es así que el presidente Biden indicó que no ha variado la adhesión al concepto de “una sola China” (sin detalles de qué significa), pero también resaltó que debe respetarse el statu quo (que puede leerse como no coerción militar a Taiwán y un Indo-Pacífico libre y abierto), aunque reiteró que no están buscando conflicto y que no es necesario una nueva Guerra Fría.

Xi Jinping, por su parte, repite la postura de que no debe interferirse en asuntos internos, y que Taiwán representa un interés vital para China, por lo que Estados Unidos no debe cruzar esa línea roja.

Lo positivo de esta distensión es la reapertura de canales de comunicación y, entre ellos, aquellos que dicen relación con el combate al cambio climático, ya que no podrá haber avance real sin el compromiso y acción decidida de parte de China, principal emisor mundial de gases efecto invernadero, pero también líder en muchas áreas relacionadas con energías limpias.

Rusia-Ucrania y la amenaza nuclear

La situación derivada de la invasión rusa a Ucrania en febrero pasado sigue siendo un factor desestabilizador de la economía y seguridad mundial, incluyendo el efecto negativo sobre el avance en el combate a la crisis climática.

La postura firme y decidida del régimen de Ucrania apoyado por Estados Unidos junto a las potencias occidentales, permitió que Ucrania sobreviviera el ataque inicial y comenzara una contraofensiva exitosa, que ha dejado a Rusia en una posición de debilidad militar, política y diplomática, con su líder Vladimir Putin cuestionado en el extranjero.

La situación crítica para los intereses de Rusia, y en particular para la supervivencia del liderazgo del presidente Putin, sumado a diferentes declaraciones de este último respecto sobre un potencial uso de armas nucleares (tácticas), ha levantado temores respecto a una escalada nuclear catastrófica y se ha comparado este período con la crisis de los misiles de Cuba en 1962.

Al respecto, a comienzos de la invasión y en un período inicial Rusia contaba como soporte un apoyo explícito o implícito de parte de China y la neutralidad de India, incluyendo los intercambios comerciales, en particular de petróleo y gas, que le permitían morigerar el impacto tanto las sanciones económicas de Occidente, así como resoluciones condenatorias del Consejo de Seguridad de la ONU.

Sin embargo, la evolución y alargamiento de una guerra que Rusia suponía sería corta, buscando un cambio de régimen y la recuperación de su esfera de influencia, donde Ucrania actuaría como un “buffer” frente a la OTAN, sumado a la debilidad demostrada de su capacidad militar y las acciones contra la población civil, más la posibilidad de uso de armas nucleares, terminaron por alejar tanto a India como China de su posición inicial.

Es así como en la visita del canciller alemán, Olaf Scholz, a China el 4 de noviembre pasado, no solo significó un respaldo de Beijing a Alemania, uno de los países más afectado directamente por el conflicto con Rusia, sino también una primera declaración clara de Beijing en contra de la amenaza o del uso de armas nucleares, llamando a la solución pacífica del conflicto.

A lo anterior se sumó las advertencias de EE.UU. a Rusia respecto a que no debía considerar la opción nuclear, expresada tanto por el presidente, el secretario de Estado y, recientemente, por el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) a su contraparte Sergei Naryshkin, en una reunión en Ankara efectuada el lunes 14 de noviembre.

Durante el G20, como resultado de la reunión bilateral entre el Biden y Xi se emitieron declaraciones contra la opción nuclear, siendo EE.UU. más claro y directo que su contraparte China.

Finalmente, en la declaración final de los líderes, entre los cuales se encuentra el primer ministro de India, Narenda Modi, si bien se hace notar que este foro no es para resolver aspectos de seguridad, si expresa que la mayoría de los miembros condena la agresión rusa, que la ley internacional debe cumplirse, que no se debe utilizar la amenaza de uso de armas nucleares y que existe preocupación por el efecto en la seguridad alimentaria (exportaciones de trigo desde Ucrania por el Mar Negro) y por la seguridad de la población vulnerable, mujeres y niños.

Con estas declaraciones, sumado a que Putin no asistió en persona al G20 (el presidente Volodomir Zelinski expresamente habló del G19), Rusia queda en una posición debilitada, sin apoyo internacional y con pocas opciones militares que le permitan revertir la situación de retirada gradual. Ello no obsta a que Moscú pueda continuar el uso político de su capacidad de producción de combustibles fósiles y mantenga su resiliencia para soportar sanciones económicas, ya que mantiene un control sobre su población.

Esto permite apreciar que no es previsible que la guerra sea detenida en el corto plazo, ya que ni Ucrania aceptaría una solución negociada que implique la no recuperación de su territorio, ni tampoco Rusia aceptará una derrota mientras pueda alargar el conflicto, en particular ahora que está comenzando el invierno.

Por eso lo más probable es que esta situación se mantenga como un conflicto prolongado, en que se seguirán empleando diferentes dimensiones del poder y en que el cambio de régimen en Rusia no sea descartado como uno de los objetivos de Occidente para facilitar un arreglo más definitivo.

Los problemas pendientes

La inmediatez de los conflictos entre las dos superpotencias y la guerra en Ucrania con sus efectos globales pueden desviar la atención de dos grandes problemas que afectan a la seguridad y estabilidad internacional, como son la emergencia climática que está siendo abordada en la COP27 y la crisis mundial inflación-deuda que amenaza con importantes efectos en el corto plazo.

Ambos problemas generarán repercusiones sociales, con mayor efecto en los países menos desarrollados o con menores opciones de adaptación.

Esta combinación de factores con alta probabilidad afectará la estabilidad y la seguridad a nivel global y no puede enfrentarse sino en forma multilateral, en donde la capacidad, recursos y liderazgo de las mayores potencias serán elementos decisivos.

En resumen, el solo hecho de efectuar un G20 con una mirada geopolítica global es un buen signo, indispensable y oportuno para los desafíos que enfrentamos.

Cristián de la Maza, research fellow Athenalab

Boston, 16 de noviembre de 2022


[1] De la Maza, C. “Taiwán en la nueva era de la China de Xi Jinping”, ensayo publicado por Athenalab el 10 noviembre 2022. Disponible en https://www.athenalab.org

[2] De la Maza, C. “Taiwán y la trampa de Tucídides”, ensayo publicado por AthenaLab el 5 de agosto 2022 Disponible en https://www.athenalab.org

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